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Cinco sillas en un espacio vacío y cinco intérpretes dispuestos a ocupar esos lugares. Exactamente no puede decirse cuáles porque, al cabo de la función, las sillas habrán modificado su ubicación y función, y los intérpretes habrán transitado por tantas historias y estarán cargados con tantos personajes, que la percepción de quien observa estará dominada por un desconcierto particular.
Es que por allí ha transitado la maldad. Una y otra vez ha llegado a desordenar ese mundo de cinco bailarines dispuestos a poner el cuerpo y la voz a unas historias de seres que se han propuesto quebrar la belleza y el afecto, y que pueden matar en pos de obtener su objetivo. El juego siempre aparece entre ellos. Y ese lugar infantil no puede provocar felicidad.
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